El más famoso del mundo, por supuesto, es el Champagne. Elaborado con cepas y reglamentaciones estrictamente determinadas (D.O.C.) y en la región homónima situada a 150 kilómetros al noroeste de Paris, los vinos espumantes que llevan esta denominación son vinificados a partir de tres cepas: la Chardonnay, que le aporta elegancia y notas frutales, la Pinot Noir, que le otorga cuerpo y estructura, y la Pinot Meunier (poco conocida en estos lares), que le da redondez. Las mismas son cultivadas dentro de la zona delimitada de origen y sus vinos son elaborados con el método tradicional, también llamado champenoise, o de segunda fermentación en botella.
Convencidos que el Champagne es el vino espumante por excelencia, no debemos olvidar a aquellos que se elaboran al mismo estilo en muchas partes del mundo y que, de acuerdo al país de origen, adoptan un nombre particular. En España se los llama Cava, en Alemania Sekt, en Italia Spumante, en Estados Unidos Sparkling y en Argentina Espumoso o Espumante.
Teniendo en cuenta la cepa que se utilice y de la manera en que esta sea su vinificada, a los espumantes los debemos clasificar como Blanc de Blancs, que son aquellos que se elaboran a partir de uvas blancas (por ejemplo, 100% Chardonnay), Blanc de Noir, que son esos casi blancos que se elaboran a partir de uvas tintas (ejemplo, un 100% Pinot Noir elaborado en blanco), y Rosé, que son los rosados elaborados a partir de cepas tintas o con intervención de cepas blancas en un perfecto acuerdo.
Los vinos espumantes no suelen llevar el año de cosecha en su etiqueta, salvo que se trate de un corte de vinos de una misma añada muy particular considerada como cosecha excepcional (Cuvée Reserve) y deberán servirse a una temperatura de entre 7 y 9°C, que es como mejor se aprecia este vino. Nunca se lo debe enfriar en un freezer.
¿Cómo degustarlo?
Para la mejor degustación, además de tener en cuenta la temperatura de servicio, se debe utilizar una copa tipo flauta y descartar las de boca ancha, que sólo logran hacer escapar las burbujas. A la vista, hacerlo sobre fondo blanco para poder apreciar, como todo vino, la limpidez y brillantez, así como las burbujas; con respecto a éstas, lo que hay que evaluar es el tamaño (las bien pequeñas indican una muy buena elaboración), la velocidad con que suben a la superficie, la uniformidad con que se desarrollan y finalmente la persistencia (es decir, cuánto duran las burbujas en la copa; a mayor duración, mejor es el espumante).
En cuanto al olfato, hay que realizarlo con la copa quieta, ya que la emanación de gas carbónico también permite que se volatilicen los aromas. No se debe girar la copa para evitar la pérdida excesiva de gas carbónico, ya que el mismo está dentro de las burbujas. Ya en boca, además de evaluar sus atributos aromáticos, la acidez, el cuerpo y la persistencia como con otro tipo de vinos, en los espumantes es importante analizar la manera en que el gas carbónico se presenta en nuestra boca. Se debe provocar un burbujeo delicado pero perceptible y no tipo bebida gaseosa.
Los mejores acuerdos
Por tratarse de un vino bastante versátil y de sencillo acuerdo, debido en parte a su composición, se puede utilizar en distintos momentos de una comida tanto como aperitivo o como acompañamiento de un plato principal o un postre. Los blancos van muy bien con aperitivos, entradas frías y pescados; los rosados son ideales para los platos principales, los dulces con postres y quesos maduros. Y todos, con cualquier festejo. ¡¡Buenos brindis!!
Augusto Saracco