Hay una cantidad de procesos cerebrales; sensoriales y motrices involucrados en el hecho de catar vinos. Desde la primera vista que le damos a la botella hasta saborear el vino en la boca y luego tragarlo. De esto se trata un estudio dirigido por el Dr. Gordon Sheperd, neurocientífico de la Universidad de Yale. “Todos estos procesos juntos involucran más actividad cerebral que escuchar música o resolver un complicado problema de matemáticas.” Es parte de lo que afirma el Dr. Sheperd en su libro “Neuroenología: Cómo el cerebro crea la cata de vino”.
Catar vinos es como hacer gimnasia para nuestro cerebro
El libro del Dr. Sheperd explora todos los procesos neurológicos complejos involucrados en el proceso de catar vinos. Desde la etapa visual de observar el vino en la botella, luego en la copa hasta la interacción del líquido con nuestra saliva en la boca. Incluyendo los movimientos de la mandíbula, lengua, diafragma y garganta. Las moléculas en el vino estimulan miles de receptores olfativos y gustativos. “Al enviar una señal de sabor al cerebro, se desencadena una respuesta cognitiva masiva que implica reconocimiento de patrones, memoria, juicio de valor, emoción y placer”, explica el Dr. Shepperd.
Resolver un problema de matemáticas requiere un monto limitado de actividad cerebral. En cambio evaluar un vino compromete múltiples sistemas sensoriales incluyendo vista, olfato y gusto.
Estas conclusiones vienen luego de otro estudio similar, reportado en el diario “Las Fronteras de la Neurociencia humana” en Septiembre del año pasado. En donde se aseguraba que los Masters Sommeliers tenían cerebros físicamente más gruesos debido a la agilidad mental que desarrollaban a lo largo de sus carreras. Para ponerlo en palabras simples, el estudio concluyó que la práctica diaria de catar vinos es una especie de gimnasio cerebral.
Fuente: Decanter.com