Por Matías Jurisich
Cuando pensamos en Capote, pensamos en Truman, el famoso escritor americano por el cual se hiciera una película y Philip Seymour Hoffman ganara el Oscar a Mejor Actor por interpretarlo.
Y cada vez que pasás por la esquina de Corrientes y Urquiza, viendo brillar ese neón que existe desde mucho tiempo antes que se volvieran a poner de moda, pensamos en ese yeite de bares y escritores anotando en papelitos las ideas parar sus novelas.
Pero no. Capote lleva su nombre por Vicente de la Mata, una estrella del fútbol argentino que brilló en Independiente de Avellaneda pero que nació en nuestra ciudad y sus primeros pasos fueron en el Charrúa, el Central Córdoba de Barrio Tablada.
Es en honor a “Capote de la Mata” por quien lleva el nombre este bar.
En una época llegaron a ser tres. Uno por la zona del Parque y otro mas tirando a República de la Sexta. Pero hoy subsiste el del centro. Y creo que hay una sola razón para explicarlo: cuando pasás el umbral de la puerta, se respira aire de bar. Pero aire bueno, del que acobija, no del que huele a comida en estados rancios. Acá se siente la madera, la música muy por debajo y el parloteo de los clientes, que por suerte son muchos.
Las mesas y sillas, son las que se conocen bajo el nombre de “Mesas y Sillas de Bar”. De madera, como debe ser, y muy bien mantenidas, un detalle que no es menor después de abrir ininterrumpidamente durante tantas décadas. Y la atención rápida. Infalible.
El bar está repleto, son poco más de las seis de la tarde y nos disponemos a tener una reunión Agustin Zenoni y yo. Y por supuesto hay vermú de por medio.
El resto de las mesas merienda los clásicos de la ciudad: lágrimas, café con leche, medialunas y carlito´. Es una escena típicamente rosarina.
Cuando pedimos un vermú, la camarera nos mira extraño. Al principio pensé que era porque no sabía lo que era pero luego comprendimos que era por el horario. “Tengo Cinzano y Martini” nos respondió. Y ante la posibilidad de elegir, no dudamos un segundo con Agustín y ambos elegimos uno.
El vermú llegó en los clásicos vasos tubulares, tal vez lo único fuera de época de Capote. La medida a la mitad del vaso, una hielera cargada de hielos y dos rodajas de limón y una maravillosa jarrita de agua con gas para bautizar nuestros vasos. No podíamos pedir más.
Capote es etéreo. Parece eterno. Anclado en un tiempo propio que no pasa y no camina. No hay modas, tampoco cosas anticuadas. Simplemente es el bar de la esquina que siempre está.
Y ojalá que siga estando.