Nespresso reabre las puertas de su Boutique de Recoleta
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Leer másPico Fino tal vez sea uno de los últimos clásicos de Rosario que no sufrió actualizaciones.
Parece estar anclado en una época que fue gloriosa y así quedó. Ubicado en plena Peatonal San Martín y a pasitos de Peatonal Córdoba, donde se funden los locales comerciales con “la city” rosarina, con los bancos y la actividad financiera local que aún se respira puertas adentro.
El motivo de venir es un encuentro breve donde voy a conocer un mito viviente de la ciudad: Tomás “El Trinche” Carlovich, el mejor jugador de fútbol que pisó una cancha rosarina como jugador de Primera División. Sí, ya sé que Leo es el más grande de todos los tiempos, pero hasta ahora no pisó ni el Coloso, ni el Gigante, ni el Gabino Sosa como jugador local.
El Trinche jugó entre los setenta vistiendo fundamentalmente la casaca de Central Córdoba y fue famoso por su virtuosismo con el balón.
La idea es simple: beber vermú y pedirle al Trinche que autografíe la casaca del Charrúa para Fernando Cabanillas, un fanático peruano del fútbol al que su hermano le está por dar una sorpresa con este regalo.
Si bien tenía el lugar en la lista a tachar, fue el propio Carlovich quien me sugirió venir a este espacio. Y accedí sin mediar palabra porque todo cerraba: su carrera gloriosa en los setenta y uno de los lugares donde brilló la coctelería en esa época: Pico Fino.
La cita se planteó a las 15 horas.
El local por fuera está tapado por una fachada de un local de comida rápida local, el Pancho Boy & Baguette, que incluso se mete en lo profundo del local por dentro, por el interminable olor a salchichas hervidas que hay.
Hay varias pantallas que reproducen canales deportivos, del techo cuelgan lámparas de vitraux que se remontan a los setenta y se complementa con carteles redondos que simulan tapas de cervezas y gaseosas antiguas. El interior es rosa en dos tonos, uno pálido y el otro chicle, pero apagado por los años de pintado. En la carta no hay ningún vermut a la vista, pero siempre existe el salvador Cinzano Rosso de años en la estantería. Y eso fue lo que pedí mientras esperaba a Tomás.
Llegó con una jarrita de soda, un platito de maní, dos rodajas de limón y un solo hielo.
La charla se demoró. Canal 3 le hacía una nota en su barrio y no pudo salir a tiempo para venir al encuentro, pero llego un poco después. El Trinche se maneja en bicicleta y no había manera que llegue más rápido. Menos con el calor que hace.
No les puedo narrar las sensaciones que me pasan cuando lo veo entrar al Trinche. Es historia, magia y épica rosarina en todo su esplendor. Las mitos y leyendas alrededor de lo que hacía este hombre en el campo de juego son tantas y se agrandan cada vez más, según quien la cuente.
Tal vez por la formación cuasi periodística que brinda la carrera de Comunicación que estudié, me vi en la necesidad de preguntarle todas las preguntas de casette posibles: ¿Cómo fue ese partido de la Selección Rosarina vs la Selección Nacional en 1973? ¿Cómo fue su paso por Mendoza? ¿Era cierto que Pelé arruinó su pase al Santos de Brasil porque era más habilidoso que el propio brazuca? ¿Él invento el caño de ida y vuelta? ¿Era cierto que cuando se cansaba de gambetear se sentaba sobre el balón como esperando al rival? Todos los lugares comunes. TODOS ¡Pero tenía que hacerlo!
La charla fue breve, no más de 20 minutos, pero para mí fueron una eternidad. Estaba ahí, en un lugar anclado en el tiempo con y con el mito viviente del Trinche.
Admito que esta historia no la viví con la idea de contarla en este post, la viví con la idea de contarla en un fogón, cuando sea muy viejo a mis nietos. “Yo me tomé un vermút con el Trinche”.
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