Por Alejandro Maglione
Quien más quien menos, suele beber una cerveza en períodos que van desde el “de vez en cuando” al “todos los días me clavo 4 o 5”. Se habla de la cerveza hoy más que nunca, porque la virtud de la aparición de la cerveza artesanal es que trajo a los amantes de esta antigua bebida a la discusión de cuál tipo de cerveza es mejor o de su preferencia.
Hoy se habla de la cerveza con la misma seriedad que se habla de los vinos. Viejos viajeros al Uruguay recuerdan que había fuertes debates sobre cuál era la mejor cerveza de los años ’60. Si la Doble Uruguaya o acaso la Norteña. El fanatismo llevó a mi padre a viajar con cajones de Norteña en el baúl del auto para prolongar el placer de beberla luego de terminado su veraneo.
La realidad es que la cerveza originalmente fue cosa de mujeres. Las tablillas sumerias, que a veces uno sospecha que abarcaron todos los temas posibles de la antigüedad, muestran a damas hacendosas preparando cerveza. Lo que tiene su lógica, porque, en definitiva, preparar cerveza, que formó parte de la alimentación del hombre durante siglos, era una tarea doméstica como preparar la comida. La dama quedaba en el hogar y el hombre salía a cazar o trabajar en el campo. Por suerte, después vino el feminismo…
Los griegos decidieron no ser muy cerveceros porque los muchachos eran muy machistas y esto de que las mujeres prepararan bebidas no les caía bien (no me quiero imaginar a aquellos griegos tomando conocimiento del lenguaje “inclusivo”).
Un día, los hombres se avivaron de que la actividad comercial en torno a la cerveza dejaba algo más que una moneda. Fue al final del medioevo. Entonces, descubrieron que las cerveceras iban a la feria a vender sus productos con grandes sombreros, los que, según su tamaño, hablaban del prestigio y calidad de la elaboradora de cerveza. Cuando en las casas sobraba cerveza, ponían las amas de casa una escoba en la puerta para que la gente supiera que estaba a la venta el sobrante del producto. Y por fin, se sabe que las cerveceras usaban calderos para su elaboración.
¡Listo! Sombrero alto, escoba y caldero, los machirulos se inventaron que las señoras eran, además de todo, brujas. Y como se sabe que no se quemaban a los hombres por brujería, la trama para el traspaso del negocio quedó armada: la cerveza pasó a ser negocio de los hombres.
Buenos Aires fue siempre una ciudad de cervecerías con la curiosidad que, como en tantos otros asuntos de la gastronomía, el negocio quedó en manos de los gallegos. Entonces se dio la curiosidad de que estos adustos celtas dejaran atrás el lacón con grelos reservado a sus condumios orensanos y pasaran a regentear establecimientos donde se sirvieran comidas como el “baeckenoffen”, más propio de la cocina germana o centro europea.
Entonces, si se miraba o mira detrás de los mostradores de lugares como el “Zum Golden Stern”, “El cuerno del cazador” o el mítico “Edelweiss”, se sorprenderá encontrar personajes con oscuras cejas pobladas y antebrazos con abundante vello, por personificar al estilo de Quino su inolvidable “Manolito”.
Pero no hay duda que el templo de la cerveza sigue siendo Alemania, donde hay que decidir entre 2.000 clases de cerveza. Donde ha tenido hasta uso político, como cuando en 1848 los progresistas berlineses le declararon el boicot a su cerveza que estaba manejada por conservadores recalcitrantes y se volcaron a beber las cervezas de Munich, donde sus fabricantes eran reconocidos liberales.
Estas diferencias de regiones también se expresan en los recipientes en que se beben. Al Sur se usan jarras grandes, a veces enormes, y se bebe sola. Al Norte se usan jarros más pequeños y entre jarro y jarro se estila beber un “schnaps”, que es un fortísimo aguardiente. Los norteños explican esta diferencia de una manera curiosa: “la cerveza es para la sed y el schnaps para el estómago”.
Mucho hay para comentar de la cerveza sin pasar por la “ale” o la “stout”. Muchos países tienen las suyas: Austria, parte de Francia, países Escandinavos, Croacia y Eslovenia, Holanda, Bélgica o la exagerada Gran Bretaña, con 3.000 tipos de cervezas diferentes.
Por eso, sepamos que en la Argentina estamos en pañales en cuanto a variedades, pero la tendencia, por suerte, es la de ir entusiasmando al mercado con nuevas propuestas. Bienvenidas sean.
Y, recuerde, son tiempos de beber cerveza sentado, respetando la distancia social y usando barbijo mientras no se está bebiendo. Hay que cuidarnos entre nosotros y, sobre todo, no dar motivos para que nos vuelvan a coartar la libertad de tomarnos una rica cerveza con amigos. Unos pocos siempre, que por ahora es lo más aconsejable.